Carta a Indalecia

Yo te tumbé sobre tu cama. Esa cama que nos tiene en vilo. Es que nunca termina de darnos la seguridad de que no se va partir al medio por culpa de lo que estamos haciendo. Aprendimos a sopesarla mientras andamos en eso, no vaya a ser que malogre esa enramada fragante que crece y crece. Que busca hacer cumbre en la jungla del deseo. Digo jungla porque estoy escribiendo sobre ella, porque invade todo y termina ocultando las cortadas que hicimos antes para coincidir justo en “el lugar”. Lo cierto es que, a fin de cuentas, nos hemos “visto” allí alguna que otra vez. También ha sucedido que tuvimos que andar llamándonos para converger en lo que no era, precisamente, ese “punto”.

Te decía que yo te tumbé sobre la cama y, a decir verdad, no tengo ni idea de si encontramos, o no, nuestra cumbre de la jungla. De lo que sí me acuerdo es que te tuve que bajar la bombacha a medias. En realidad te bajé la parte de adelante, estirándola para que… “yo” pudiese acceder a tu intimidad. Lo escribo así porque estoy casi seguro de que lo vas a leer y me da cierto pudor ser más explícito con vos. No podemos zafar de los eufemismos cuando hablamos de estas cosas. Casi seguro que, dentro de poco, escribiré “hacer el amor”. Palabras huelgan.

Esa vez, entre todas las que tuvimos la fortuna de hacerlo, es la que más evoco. Esta mañana, en el boliche de la Avenida Magenta, mientras tomaba el cortado y fumaba un pucho, pensaba en eso.

Creo que ya sé por qué.

Tantas veces hemos hecho el amor (me refiero a nuestras vidas), que es imposible recordar, siquiera, una fracción razonable. Nos acordamos de algunas, claro.

Yo elijo ésa. Y la elijo porque me llena de ternura. Por los dos, digo.

Bajarte la bombacha por delante, dejándotela bien calzada en la cola, significó saltar una barrera. Pienso que a vos también te debe haber gustado. Porque vos conocés mucho de barreras. Y creo que necesitabas, tanto como yo, que alguien se ocupara de cruzarla.

¿Sabés?, normalmente cuando hacemos algo así, a los hombres suele molestarnos el elástico que puja hacia arriba y nos aprieta donde no debiera. Pero, con vos, no sentí nada de eso. Se ve que tu cuerpo supo acomodarse a lo que los dos queríamos. Ese modo de imponerse a la dificultad dice mucho de lo costoso, y hermoso, (suelen ir de la mano estos osos) que fue para nosotros ponernos a buscar nuestra cumbre de la jungla. Tuvimos que franquear aduanas nocturnas y ácidas, mucha policía y tramitar varias visas. Pero al final, ni tu bombacha, ni mi vergüenza, además tan respetuosa frente a vos, pudieron contra mi mano libertadora para que yo pudiera meterme donde quería desde quién sabe cuánto tiempo hace, y vos pudieras sentir adentro lo que, quizás, querías desde quién sabe hace cuánto tiempo.

Después creo que siguió todo bien. Mejor, diría.

Me resta preguntarte:
1-¿te acordás?
2-¿te gustó?

Pienso que sí. Aunque después de haberlo escrito para vos, esto mismo es lo que más te va a gustar.

Decime.