Deshechos – Página 12

Detrás está la laguna. Muchas veces vio el pozo desde el pajonal sucio y puro que se ha formado en la planicie de la costa. Es terreno inundable y el color del yodo se mete en las plantas. Incluso en la tierra pulverulenta y más clara donde quedan las aureolas de los charcos secos. Hay algo que lo impulsa, casi regularmente, a alejarse del pozo hacia la laguna y recorrer lo que no cambia lo suficiente. Los canutillos están secos, como si algo tóxico y efectivo los hubiese contaminado. Forman un tapiz de tallos peinados por el viento que parece soplar siempre desde el agua.

En la costa, revuelve y husmea por aquí y allá pero difícilmente encuentre algo con que entretenerse. Suele salir solo y cada tanto otea hacia el pozo como necesitando saber que está allí, que lo espera porque tiene que volver. Porque, aunque salga hacia la costa debe estar cerca y adentro, algo alejado de donde siguen ardiendo las basuras: esos fuegos lerdos que brillan como tizones durante la noche y que durante el día se ven soltar el humo venenoso del plástico de los envases y los restos de los productos químicos. Siempre hay tres o cuatro fumarolas sin apuro que intoxican el aire minuciosamente. Hay restos domiciliarios y de eso ha vivido hasta ahora y de eso ha nacido después de que su madre lo pariera allí mismo, al borde, un poco retirada de los fuegos, lo suficientemente cerca por el frío y para tener la comida disponible.

El olor es denso y penetrante, ácido y tostado, parecido al de la carroña vieja. Huele como los pozos de cada pueblo. El pozo es del pueblo grande, desde allí viene el camión todos los días. Nunca ha venido desde el pueblo chico que está a la orilla de la laguna. Los hombres bajan con las palas y las horquillas y hacen pilas y le dan fuego. Él se aleja entonces, se alejan todos, salvo su madre que de nuevo ha parido. Apenas se van los hombres, todos se acercan ávidos para ver si hay algo que les saque el hambre. Siempre hay, mucho, por eso son tantos.

Son parecidos, brillosos los ojos, brillosos ellos, homogéneamente sucios y callados. No hace falta pelear, porque suele alcanzar para todos. Llevan el olor de los pozos más el de la vida que se parece al del aceite, como si frecuentaran un taller mecánico. Son oscuros, completamente negros a la noche, agudos, decentemente sórdidos.

Hoy no ha querido ir hasta el agua, se ha quedado cerca del pozo. Ha mirado hacia donde está su madre y no se ha acercado, como si quisiera desentenderse, como si la conociera poco, pero la conoce.

Ahora está oscureciendo. El sol se está metiendo detrás de la vía. Es lo que ocurre salvo los días de lluvia. No puede saber si le interesa.

Se va haciendo la noche con una brisa caliente que trae poco aire, esta vez desde el campo. Le cuesta respirar y lo procura con las largas inhalaciones que le inflan el pecho y le separan las costillas. Es mejor que el aire de atrás del pozo, tiznado y más caliente.

Algo le ha caído mal. Tal vez haya comido mucho, tal vez se hayan mezclado los restos con los líquidos de los bidones. Hubo sol todo el día, pero siente frío, no el frío que hay a la mañana en invierno, sino una destemplada sensación que lo enferma por dentro. Mira a los otros. Muchos le devuelven la mirada, como siempre. No hay nada que decirse. Necesita calor, pero lejos de las lumbres rojas del pozo. Sabe que el pavimento estará tibio. Ha vivido toda su vida junto al pavimento y lo conoce bien. Sabe lo que pasa sobre el pavimento. Necesita el calor. Un calor que se le meta adentro. Sale hacia el pavimento y se sienta en el carril que va hacia el pueblo chico.

Farmacéutico vive en el pueblo chico y va hacia el pueblo grande ―conoce los nombres de ambos. Nació en el pueblo grande, pero se fue a vivir al pueblo chico cuando se separó de su mujer. Farmacéutico encontró fotos en la computadora de su mujer. Fotos de un hombre desnudo y alto. Él es petiso y ancho, lento. Piensa que su ex mujer se cansó de su lentitud y de sus ganas de brindar por la familia. Farmacéutico sabe que su exmujer necesita de la presencia del hombre, cualquier hombre que sea razonablemente lindo. No entiende por qué lo eligió a él. Siempre es él quien envía mensajes cuando quiere pasar a buscar a su hijo. Ella, ni siquiera llama para pedirle dinero. No tiene demasiado, pero le gustaría que le pidiera dinero, alguna vez. Farmacéutico puso una farmacia en el pueblo chico y le dejó la farmacia del pueblo grande a su exmujer. Ella tiene un auto nuevo.

Para Farmacéutico lo natural es ser fiel a los que se ama. Igual hubiera aceptado seguir con ella porque siempre le importó lo que sucedía alrededor de ella, en cualquier momento.

Fue ella la que le dijo que era hora, que si estaba pasando eso es porque había que hacerlo. Farmacéutico no pudo entender del todo, no recuerda haberla molestado. Es mejor dicen varios en el pueblo chico, también en el pueblo grande. Va hacia allá y está contento porque cenará con su hijo, en el pueblo chico. Farmacéutico espera que Guido se quede a dormir en su casita, en el living, o en su propia pieza. Irán a la parrilla Milver donde, enseguida les van a dar empanadas, y, enseguida asado. El viejo Milver, el dueño, anda con ropa vieja y, quizás, sucia, calcula Farmacéutico. Un laburante, y no se llama Milver como él creía. Ése es el nombre de la parrilla por Milca y Verónica, sus nietas.

Cuando pasa a la altura del pozo del basural, al este, le parece ver una silueta en el carril contrario. Una silueta rara, como una estatua de animal, un perro. Un perro no, un licaón piensa Farmacéutico que ha leído una historia de esos animales como perros. No puede ser, se dice, no tenía forma de perro del todo y estaba sentado, no echado, y quieto, como una estatua. Le molestó, pero, ahora, va a buscar a Guido y podrá conversar con él. Farmacéutico sabe que lo aburre y que Guido le tiene paciencia. Farmacéutico no sabe si Guido lo pasa bien con él, pero sí que Guido lo quiere.

Sigue respirando con dificultad. Oscureció del todo. Ya no tiene frío, pero le falta el aire y acelera el ritmo de sus inhalaciones y sus exhalaciones que son cortas e insuficientes. No se acuerda de ninguno de los del pozo, ni siquiera de su madre parida. Ve la luz que se acerca y que pasa por el otro carril, después ve otra a lo lejos, más o menos a la altura del pueblo grande.

Farmacéutico está yendo en compañía de Guido hacia el pueblo chico. Su exmujer no se asomó a saludar. Guido salió solo.

Farmacéutico no presta atención al pozo. De golpe le parece ver un cuerpo desmembrado en la ruta y ya no tiene tiempo de esquivarlo. Siente el golpe en la cubierta y el ruido sordo seguido por otro parecido al de la sierra del carnicero sobre un hueso. Guido no dice nada. Farmacéutico sigue manejando y piensa para qué sirven los perros cimarrones. Y en los errores fatales.

En lo de Milver dice que va a comer empanadas con ensalada, solamente.

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