Meneo de las magnitudes
y rumor de fuego en el mediodía del barbecho.
Sublime y encubierto en las oxidaciones.
Diseminado y fresco fuego
en la matriz del humus.
Fuego en la casa progresando
por el lento abolengo del quebracho.
Quebracho y fuego, escudo de escudos
entre blasones madereros.
Crepitar de hogares
trepándose
por el oleaje de lo apacible
Medida justa de la distancia cavilosa
infalible utensilio de la hipnosis.
Y estupor de la caverna.
Impregnado fuego en la animada cocinera
casta de oficio, arrugada de mano
que, justo, se da vuelta.
Pero Infame en las islas
quemando pies en los descalzos,
poniendo a hervir la sangre viva
poniendo a hervir la savia viva,
que habrán gritado tanto y sin oyentes.
Vulcano tiznado y proletario
en el horno de ladrillos
difundiendo el tostado pan del edificio.
Vulcano capataz de la fragua altisonante
bruno y musculoso en los almacenes de la guerra.
Fuego servil del proxeneta de la muerte
en los negocios de la guerra.
Mutilación del niño
en la plaza del mercado.
Ciudad entera levantando su osamenta
entre los dividendos de la guerra.
Pero Fuego en el aliento del amante
Y en los motores de los barcos
Y en las químicas felices
Y en el regusto del almuerzo
Y en el baile de las sombras
Inquietísimo fuego
hecho, como nada, de sí mismo.
Quemadura imprescindible,
ansia que insemina
agua y tierra y aire.