Para el Negro, un Caballero de la Orden de Fuego, la fidelidad era una cuestión de pura ética cósmica, además desde joven se había convencido -y lo habían convencido- de que la mujer que había conquistado era extraordinaria: muy rubia y fundamentalmente muy buena. Eso, todos sabían, era lo más importante y la gente del barrio se alegraba por la pareja oficiando de agente de propaganda de la misma. Todo hubiera seguido los carriles propios de una familia modelo si no hubiera sido por el segundo de los hijos, también rubio (menos), de ojos profundamente azules y de ideas radicales. […]