Entre las mujeres que Pablo Neruda me fue “presentando” hay un puñado que me ha conmovido particularmente por las imágenes llenas de fuerza, exotismo, belleza y personalidad con que el poeta las ha descrito.
En “Las mujeres del poeta”, obra de teatro danza en la que tuve el gusto de encargarme del texto, se las vuelve a homenajear glosando sobre sus historias para lo cual hube seleccionado diferentes modos narrativos llegando incluso a reproducir la propia voz de Neruda.
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El autobús iba por la carretera que cruzaba el campo japonés sin que nada definiera la nacionalidad de esa ruta. Su paisaje se manifestaba suave, contenido, sin estridencias ni excepciones. Sin embargo, era fácil saber que no era una ruta argentina, ni chilena, ni uruguaya, tampoco francesa, inglesa o alemana. En definitiva, una no puede ser la otra —se dijo. Las rutas de cada país son, también, únicas e irrepetibles. […]
Se llevaba razonablemente con su gordura lo que significaba que se sentía así, gorda, aunque podría no serlo. El pelo castaño, muy lacio, tal vez escaso, caía a plomo y se arqueaba cuando el viento arreciaba en la cubierta. Usaba gafas y los ojos, muy azules, parecían más pequeños tras los cristales.
Siempre disfrutaron de las sombras alargándose hasta ya no ser cuando cae el sol en la ciudad.Las sombras de los edificios bajos y las propias subiendo y bajando por la acera a cada paso.Las sombras que parecen navegar los pasos flotando sobre el vacío.Es curioso, ellos siempre lo han disfrutado durante las charlas largas, pero nunca se lo han dicho. Quizá porque sería una redundancia. Todo lo que hay alrededor de esa amistad, simple como los atardeceres, los ha acercado a la dicha. […]
Da gusto caminar ahora junto al Yamuna, con el clima tan agradable, tan de primavera. Pensar que en la temporada de los monzones todo debe estar inundado. Es lindo caminar bajo la luz tan diáfana y la sonrisa sostenida de los transeúntes. De esta gente que parece no perder el asombro nunca, que tiene tiempo de detenerse para mirar, para mirarnos como si fuésemos una atracción. Y sonreír tanto. […]








No era la única, había otros que lucían esa suerte de serenidad en la mirada que se forja con el temple. Era como un cuchillo pulcro y eficaz descansando sobre una tabla y a la espera. Había dejado de volar el gran espacio para quedarse donde estaba él, a pesar de los fríos en el invierno. Lucía implacable y fiel cuando descansaba sobre la percha contemplándolo en la calma, lejos del capirote y del guante.
Me gusta mucho, Oma. Pero la distancia nos mata, ¿entendés? No estoy acostumbrada. Siempre me gustó compartir las cosas de cada día. El desayuno, la cena, los paseos. Ya no sé qué hacer. A veces pienso que puedo dejar que todo se apague. Pero va a ser la primera vez que me queda algo pendiente. Y vos, ¿cómo estás Oma?